A story by my friend Jan Henk Kleijn

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Jan henk kleijn

15 de agosto 2019

 

ENTRE MUNDOS 

 

Así es el mundo de Roberto: Gris, frio glacial, sol quemador, ladrillos rojos, chozas, casas y torres llenas de personas. Ruido, calles rotas,  trancones, lenguaje banal y pasos, motos, carros en movimiento y un chorro de buses llenos de lamentos y dulces. Hospitales, especialistas, estudiantes, universidades, coraje, perseverancia, pasión, oportunidades, trabajo. Corrupción, estafadores,  políticos, poder, atracadores, apartamenteros, carteristas, muertos. Dinero, vender, comprar, sabores del mundo entera, olor a chicharrón. El pasión de rancheras por lo bueno o lo malo, vallenato trovador latino, baladas de amor y reggaetón apelando al instinto básico, sexo, energía. La lucha para sobrevivir, el acoso del tiempo y la cacería de esperanzas. 

Así es el mundo de Pedro: primavera eterna, espacio verde con montañas de fondo,  englobado en la selva,  soledad. Árboles, frutas, animales, marrano, caballo y gallinas. Abundancia y polvo. Sudor, sol y  agua, la indiferencia del tiempo, el tiempo de la luna. Humano, risas en frente de la finca, envidia, desconfianza y regaño. Carrileras llena de pasión reprimida, desprecia,  silencio. Pájaros, esperar, paciencia  y desesperación. 

2 pm 

El asfalto de la carretera termina. De aquí y adelante no hay ricos ni políticos que exijan un mejor pavimento. El muchilero comienza asacudir. La carcasa deja saber con ruidos alarmantes que no tiene la edad que aparenta su pintura rojo vivo, bien pulida. 

‘¿Su jeep es americano?’, grito al chofer, ‘¿es de la segunda guerra mundial?’. Sé que algunos de estos andaban todavía en esta región.

‘No señor, es de Japón.’

El polvo de la carretera vuela dentro la cabina. 

8am. 

Salgo  de Bogotá. Mientras espero debajo el semáforo, observo  dos transmilenios, uno al lado de otro, corriendo a toda velocidad hacia mí. Siento el peso, la energía y la fuerza a penas contenida  demoliéndome. 

Por dentro la estación la multitud se ha amontonado en frente de la puerta abierta. Soy buen actor, me encorvo, soy un pobre torcido, las manos extendidas como un ciego buscando camino. Me dejaron pasar y me ubico al lado derecha de la puerta. Mujeres y hombres están de pie, ya medio afuera de la puerta. ¿Son conscientes que un empujón desde atrás, sin querer, puede arrojarles afuera, justo cuando el transmilenio llega? Siento la destrucción.  

Estamos allí todos atrapados en el mismo espacio y tiempo; la espera del bus. Pero también cada uno en su propio tiempo netamente individual. Una señora joven se aisló en un chat a través de su celular, en su mundo. Ha podido ser en Tombuctú, o Nueva York, pero lo más probable es con una amiga en otra plataforma esperando otro transmilenio.

Hoy es el día que voy a viajar en tiempo y espacio. Siento que estoy perdiendo de vista el humano. Besó mi esposa y abrazo mis hijos. Ellos saben, papa va de paseo en tiempo y espacio. En este país todo es posible. 

3pm. 

El calor y el polvo dentro el muchilero es sofocante. Las bancas a lo largo son angostas e incómodas, a penas para nalgas pequeñas. No para mi vecina en frente con nalgas voluptuosas y sus senos atrapados en un escote bajo. ¿Qué talla tendrá su pantalón, está hecha a medida? Ella nota mi mirada y me sonríe. Un rio aparece de vez en cuando al lado de la carretera dentro el denso follaje. 

Así me gusto viajar, sin rumbo predeterminado, enfrentarme a desafíos por solucionar. 

4.30pm

Cuando siento que el viaje es suficiente largo pide al chofer parar en frente de un camino. 

Bajo del muchilero y entro en un túnel verde que me lleva a un puente hamaca peatonal. Bailamos juntos. Hay tablas podridas y rotas. El rio es revoltoso, salvaje. A la orilla mujeres lavan su ropa y la extienden sobre rocas para secar. Niños juegan en el agua.

La vegetación es tupida, mis zapatos se empapan. La trocha se empina, grandes rocas obligan a unos desvíos, o una laborosa trepadera.  

10 am. 

Parquearon el camión al lado de la trocha. Allí esperan; el chofer y su ayudante. Un carro aparece en la curva dentro una nube de polvo. No baja la velocidad y deja el chofer y ayudante sofocándose. 

            ‘va llegar,’  tosa el chofer y mira los diales de su reloj, con alarma, segundos  y la posición de la luna.  ‘Siempre está a la hora.’

            ‘Vale le pena esperar, su calidad siempre es buena’ afirma el ayudante.’

            ‘Es honesto’ maravilla el chofer. ‘decente, no se ve mucho hoy en día’.

El sol quema la carretera y el camión. No puede tocar el chofer y su ayudante en la sombra del vehículo. 

Desde la oscuridad del túnel aparece Don Pedro, sus ojos medio cerrados contra la abundante luz que refleja desde la carretera.  Lleva un caballo cargado de dos bultos grandes.

            ‘Hola Don Pedro, como va’ grita jovial el chofer.

            ‘Bien, bien gracias’

            ‘¿Buena cosecha?’

            ‘Sí señor, no me quejo’

            ‘Deje me ver’ 

El chofer y su ayudante ayudan a Pedro descargar el caballo. Transportan los bultos hacia el camión. Les abrieron y juzgaron las naranjas y mangos a vista. 

            ‘Bueno don Pedro,’ dice el chofer, ‘usted sabe que hay buena cosecha y mira’ y apunta al interior del camión cargado de bultos, ‘el camión esta medio lleno. Esta vez va ser un precio menos que la vez pasada’.

            ‘Como así don Jairo’ protesta Pedro, ‘Usted sabe cuánto uno se joda bajando la fruta, ¿y el flete del caballo qué?’  

Lo que él no ha calculado es la siembra, el fertilizante, los insecticidas y su trabajo. 

            ‘Eso dicen todos don Pedro,’ contesta en tono frio el Chofer. ‘Usted lo sabe. Lo toma o lo deja. ‘ 

            ‘Ay don  Jairo, aumento un poco, aunque sea para tomarse una gaseosa.’

El chofer mira su ayudante. El ayudante hace una mueca como: ay….porque no. 

‘Bueno, le damos el encime para la gaseosa.’

Don Pedro susurra en voz baja: ‘desgraciados, aprovechadores. Mejor que se pudra en el árbol.’

 El chofer y su asistente alzaron los bultos en el camión y gritan: ‘chao Don Pedro hasta la próxima.’ El camión toma ruta, dejando don Pedro y su caballo en una densa nube de polvo.

En el camión el ayudante tiene sus ojos fijados sobre la carretera desapareciendo debajo de la capota y de repente grita a su jefe:

            ‘si usted sabe que don Pedro es honesto y no chacharea, ¿porque no quería pagar un poco más?

El chofer suelta una risa sarcástica, ‘¿y el sueldo tuyo qué?’ 

            ‘Jodido, pobrecito’

            ‘Negocio es negocio, no sea pendejo’ concluye el chofer esquivando un hueco en la carretera.

4.30 pm

Cansado Don Pedro  se siente en frente de su rancho que él, hace muchos años construyó para su señora y la familia a venir.  Ahora los diez duermen en los dos cuartos. Uno para los varones y el otro para las niñas y él y su mujer. Hoy está solo, los hijos recogiendo café en la hacienda al lado y las mujeres lavando la ropa en el rio.

Pedro no nota el sol rasante acariciando sus cultivos. Adentro su cabeza ronda nubes negras llenas de cifras: cómo conseguir zapatos para las chiquitinas, cancelar las cuotas del préstamo del banco Agrario, porque eso sí es sagrado. Necesita el vestido de primera comunión para Rosalba, un médico para los dolores de cintura de Delfina su mujer, un dentista para él, que carajo pa’qué, ya faltan dos en frente, y un más….

4.40 pm

Entro en un bosque de árboles frutales, es tiempo de la cosecha. El piso es un tapete de mangos. ¿Porque no les han recogidos?, huele a mango podrido. Las sombras refrescan el aire denso de la selva. Me siento Adán sin Eva disfrutando su paraíso. No la necesito, ahora no, perderá la pureza de un nuevo encuentro.

Un campo lleno de luz se abre en frente. Aquí no hay espacio para los espíritus o las almas que se esconden en la abrumadora selva. 

Al otro lado ve una casa, un poco mejor que una choza, hecho de guadua y bahareque. Distingo un campesino sentado sobre una banca en frente de una mesa primitiva, su sombrero sobre la mesa. He visto esta imagen antes en una pintura de van Gogh, pintor impresionista holandés; Un campesino comiendo papa. Una imagen de desesperación, pobreza sin esperanza, sin futuro. 

4.40 pm

El movimiento de un forastero subiendo despierta Pedro de sus pesadillas.  

Jadeando el forastero se acerca, quita su sombrero, limpia el sudor de su frente con su pañuelo y pregunta:

 ‘¿Me permite descansar un poco?’

‘Siéntese’, Pedro indica el banquillo al otro lado de la mesa. ‘póngase cómodo’

Recuperando mi aliento apunto a dos costales contra la pared: ‘¿naranjas?’

            ‘Naranjas y mangos’

            ‘Me vende unos naranjas porfa.’ 

            ‘¿Para llevar o para comer aquí?’ 

            ‘Aquí, tengo una sed terrible’

Pedro saca cuatro naranjas y les coloca encima de la mesa. La desconfianza y el miedo hacia el otro, la amenaza permanente de un otro inculcado por sus ancestros, le invade. 

 Piensa: ¿qué quiere?, se nota que es de la ciudad, educado, ¿de los impuestos? Mejor tratarlo con cortesía, ojala no me pregunta mucho. Nadie  me ha avisado. ¿Será que puedo preguntar por su nombre?’ 

Observo la cara de campesino delgada, su  vida grabado en líneas sobre su rostro.  Mejor no preguntar demasiado. Es tan fácil ofender. 

            ‘Me llamo Roberto’ le digo. Gracias por su gentileza.

‘Soy Pedro señor, Pedro Gonzales, a la orden’.

Yo siento la desconfianza, o más bien su miedo. No me conoce, nadie me ha presentado, no soy parte de la familia, de su mundo.

            ‘Bonita su finca, la vista sobre las montañas.’ Trato abrir una naranja, soy torpe. 

‘Ay qué pena, me presta un cuchillo porfa?’

Don Pedro abre el cajón debajo de la mesa y saca un cuchillo de aluminio barato.

 Mientras corto la fruta pregunto: ‘¿y cómo va la cosecha?’

            ‘La cosecha este año está muy bien señor, pero no pagan nada. No vale la pena recogerlas’. Su voz suene amarga 

Recuerdo el olor de los mangos pudriéndose en el piso mientras subía. 

            ‘¿Igual por los mangos?

            ‘Los mangos también’

            ‘Que tristeza. Así se gana nada, ¿cierto?’

            ‘Así es señor, este mañana me compraron dos bultos bien llenos, pagaban menos que la ves pasada. De este tenía que pagar el flete del caballo, no me queda casi nada.’

Un tono de lamento entra en su voz. 

            ‘¿Su familia es grande’?

            ‘Ocho hijos señor’ contesta con algo de orgullo.

‘¿Y ellos qué…, más tarde?’

‘No sé señor, aquí no hay futuro. Trato de enseñarle todo que sé, pero ¿para qué señor? El chachareo de los demás es una sinvergüencería, me pagaron poco porque los demás les entregaron basura, el negociante lo sabe, los vecinos saben y yo, ¿qué hago yo? ¿Debo enseñar esto a mis hijos?’ 

‘¿Ellos van al colegio?’ 

            ‘Los grandes no, tienen que trabajar. Los del medio sí. Espero que ellos pueden irse a la ciudad. El cartón les ayudara a encontrar trabajo.

Siento que estoy viajando atrás en el tiempo, ¿será 1970?

Miro alrededor y ve un paraíso verde, los arboles todavía cargados de algunas frutas, gallinas escarbando alrededor del rancho. Él sabe que este cartón es la llave para salir del campo. Que esta educación fundamenta una barrera entre padres medio analfabetas y sus hijos, destruyendo en muchos casos la comunicación intrafamiliar. La llegada del internet, computadores  y los teléfonos celulares han frenado, por raro que sea, el desarrollo en el campo y con frecuencia ha destruido el núcleo familiar. Recién había un artículo, 85% de las familias campesinas consiste de mujeres cabeza de hogar.

‘¿Y el agua, ustedes tienen agua?’ pregunto, cambiando el tema. 

            ‘Agua si hay, en el rio abajo. Cuando compré la finca el agua estaba limpia pero ahora está contaminada. Tenemos que cocinarla. Cuesta mucho madera señor.’

El susurro de una quebrada me encanta.  Observo el techo de lámina corrugada.

            ‘¿Por qué usted no recolecta  el agua de las lluvias?’ pregunto.

            ‘Ay señor, aquí somos pobres, no tenemos dinero para estas vainas’

            ‘Pero guadua hay, seguramente sus hijos pueden cortar uno, dividirlo en dos y fijarlo al techo. Eso no les cuesta nada.’

No se le había ocurrido a Pedro, atrapado en su pobreza, las obligaciones y cómo solucionar sus primeras necesidades. Este tono de confianza del forastero de un éxito seguro es como un rayo de sol espantando algo de las nubes negras. Él mira su visita, el techo y de nuevo a Roberto que sonríe. 

            ‘Parece fácil, voy habar con mis hijos. Sabe, voy a regalarle estas naranjas’,  y sacando de la lona unos cinco más dice: ‘Le regalo.’

Él guardo silencio mirando Roberto chupando sus naranjas. 

            ‘¿Cuando vuelve?’

Noto que no dice –señor-.  Lo siento como un regalo, la aceptación de mi yo.

            ‘No sé, siempre es un largo viaje, pero me gustaría.’

Guardo las cinco naranjas adicionales en mi moral, me ponga derecho y extiendo mi mano.

‘Don Pedro, muchas gracias. Ya es tarde. Pero… ¿Me permitiría volver aunque no sea esta semana? 

            ‘Usted es bienvenido señor’, y riendo: ‘cuando usted vuelve ya habrá agua en casa.’  

Bajo de nuevo la trocha rocosa y reflexiona sobre - como la pobreza destruye cualquier intento de creatividad. Llego a la conclusión; cualquier intento de creatividad implica un riesgo en fallar en el primer intento y perder el recurso invertido. Algo de las nubes negras de Pedro me invaden y contaminan mi paseo.

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Los hijos cortaron con entusiasmo la guadua. El machete cantaba mientras dividieron el palo. En menos de una hora Pedro y sus hijos admiran con orgullo la obra hasta Delfina, la esposa, les preguntó de dónde ella pudiera sacar el agua. 

Se dieron cuenta que olvidaron la caneca. Y para eso no hay dinero.

Los días siguientes Pedro y Delfina no quitaron los ojos de la guadua debajo el techo y con tristeza ven las niñas bajando al rio para luego subir con canecas pesadas, llenas de agua contaminada. 

Hasta una mañana Juan, uno de los menores, todavía sin el contagio del desespero de sus padres aclama: ‘se puedan llevar los costales de frutas al depósito de chatarra a la entrada del pueblo y cambiarles contra un barril viejo.’

Los hijos, cargando tres bultos, caminaron hasta el pueblo. Por la tarde volvieron felices y cantando con un barril enorme de plástico naranja que el hermano mayor pude levantar solo.

Después el primer aguacero mamá tenia, por la primera vez desde su matrimonio, agua en casa. 

 

La noche es negra y el cuarto apenas alumbrado por una vela en frente de la Santa María contra los espíritus de la noche. La lluvia comenzó lenta pero truenos avisaron un aguacero. Delfina y Pedro en sus ropas de día estaban acostados. Los dos no tienen la costumbre de cambiar ropa antes de dormir. Bañarse la noche lleva mal agüero. 

Delfina comenzó a reír.

            ‘¿qué pasa niña?’, ella ríe poco.

            ‘Recuerda la vez pasada cuando Don Roberto quedo para dormir. Los varones tenían que dormir afuera. Y de repente comenzó este aguacero, recuerdes. Y nosotros jalando las camas para que no se empapan por las goteras.’ 

Ella reprime una risa para no despertar los chiquitos durmiendo a sus pies. ‘Y don Roberto saliendo pensando que se hice pipi en la cama…,  y nosotros jalando la cama para no inundarla.’

            ‘Y llegaron los varones mojados y no había donde dormir’, Pedro apenas reprimió la risa.

            ‘Pasamos la noche contando cuentos’ ay Dios mío. 

Mi niña feliz pensaba Pedro. El olor a mujer, el sudor y la risa le excitó.

Pero ella continua en su voz lamentoso de costumbre: ‘Qué hacemos con Juan, mañana tendrá diez años.’

Pedro opina: ‘estas preguntas de él, no les entiende, es mejor que se vaya.

Delfina pregunta cuidadosamente, ‘¿y si preguntamos a Don Roberto?, algún trabajo, limpiar, cuidandero, no sé’.

Se asustó de su propio atrevimiento, semejante favor. 

            Vamos a ver, contesto Pedro volteándose pero una nueva risa de Delfina arrestó su movimiento.

‘¿y ahora qué?

‘¿Recuerda la bolsa de chicles que el tenia para los niños¿’

‘oh sí. Mando los niños a morder chicles, todos allí en la mañana mascando.

Pedro se volteó y se arrimó contra su mujer. ‘Y los varones en la mañana metiendo los chicles en las goteras’. El  comienza desabrochar la camisa. 

‘Ni una gotera… hasta ahora,’ susurra Delfina. Después una pause, ‘ahora no por favor.’ El miedo de una otra criatura enfría el cuarto. 

‘Don Roberto es buen gente, estoy seguro que él sí sabrá algo. ‘¿A quién más podemos confiar nuestro hijo en la ciudad?’

 

Atrás el túnel verde ingreso en este mundo donde el tiempo está parado, dejé atrás la buseta último modelo con su televisor con un video medio porno y un radio a todo con reggaetón.  El único agujero de afilar en este  universo es el celular que Delfina me muestra: ‘de mi niña que trabaja en el pueblo y mi hijo, él de la construcción. Es un teléfono inteligente.’ dice con orgullo. 

Pedro no comenta, se ve acabado. Ellos esperan obviamente las últimas noticias sobre Juan. Miramos los árboles, las frutas, los pájaros, nada ha cambiado, son tanos años.

Hace una semana Juan llamó:’Pa’, digo, ‘estoy en problemas.’ 

Cada vez que escucho Juan diciendo ‘Pa’, es como un regalo de confianza y afección. 

Juan ganó una licitación para la construcción de un barrio de vivienda social y parece que su futuro es de rosas. 

‘Ustedes recuerden cuando fueron a Bogotá’, comienzo.

Pedro siente de nuevo el asombro; tanta gente, tantos carros, el ruido y estos enormes buses corriendo por la carretera, de miedo. Y el salón con este señor jefe hablando maravillas de Juan, y Juan vestido en este manta negro con un cachucho cuadrado, cómo no recordar, y Delfina feliz subiendo y bajando el ascensor’.

Escucho la voz angustiado de Juan:

            ‘Estuve donde el alcalde y me digo que yo le debía el 5% del valor de la licitación, en efectivo. ¡Imagínese!’ La indignación marque la palabra.  

            ‘Fue a pagar. Me pareció raro que el alcalde dejo sus manos encima del escritorio como si él no quisiera el dinero. Había un tipo llamando por su celular y de repente el alcalde cerca arrano el dinero de mi mano. Unos días más tarde me tomaron preso. El fiscal me mostró la foto en donde estaba yo ofreciendo el dinero al alcalde y el alcalde con las manos encima del escritorio.’ 

Juan respiró profunda para poder hablar, ‘estaba tan feliz; con las ganancias pensaba construir una casa para mis padres’. ‘Los HP’ añado, ‘este tipo en la oficina con su celular es contratista. El salió con el contrato, pagando 10% al alcalde.

Miré Pedro y Delfina esperando:

            ‘La cosa es, hay gente poderosa, envidiosa y sin escrúpulos. Son ellos que denunciaron a Juan por corrupción. Lo quitaron el contrato.

Todavía escucho la voz de mi Juan. ‘Pa, estoy preso acusado por corrupción.’

Mi garganta se llena y casi no puedo hablar. Pedro y Delfina me miran con sorpresa e inquietud, no me conocen así, hasta estallé:

            ‘Juan está en la cárcel.’ 

 

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Jan Henk Kleijn

1940 - 2019

Chris Jepperson