Mi sombrero

Mi sombrero

con poema dedicada a Isaac Aponte

Tuve que hacer varias paradas. Era notable la necesidad de visitar a la chica de la luz para reparar un bombillo LED. La chica de la luz, ubicada en la carrera novena, es una salvadora, eficaz y honorable, quien en pocos minutos resucitó mi lampara. Mi sombrero estaba cubriéndome en esta peregrinación, escondiendo mi poco pelo de un sol desnudo. Tuve que pasar el rascacielos más alto y más feo de Sudamérica para llegar allí. Un edificio que parece extraído de los adefesio de los 60’s, los cuales fueron empujados hasta muy arriba y fríamente congelados en una sola masa apuntada a Dios. Como mi cabello, ese edificio es gris, pero tiene cara de desesperación. Yo no estoy tan desesperado, pero esa masa de concreto está esperando el momento de caer: de repente seguí caminando con mi pelo. Mi sombrero es un símbolo poderoso, pero no puede competir con ese peso y el vidrio que cae desde la gran altura.

Pasé por tiendas viejas, algunas nuevas, personas pasadas y fantasmas casi perdidos. El Teatro Gaitán estaba allí en nombre de un fantasma. Él es solo un espacio ahora, un salón. No lo conocí. Lo único que se, es que hay producciones dentro de ese gran espacio pero no es su cráneo. Volví hacia La Salvadora. Ella abrió el bombillo, lo pinchó por dentro con un soldador y puso un nuevo LED. ¡Luz!

Tomé un café y observé pasar a muchas personas. Vi a los vagabundos sentados y mendigando. Observé la multitud de Venezolanos tratando de ganar algo de comida: La Gran Colombia es una realidad más que nunca. Luego, recibí la llamada de un amigo músico con una invitación para ir a verlo. Recogí mi sombrero, mi luz y mis cosas y fui a visitar al amigo, a su esposa y a su hijo. Allí puse mi sombrero en la cabeza del niño:

Mi sombrero,

comprado como recuerdo,

que pongo en memoria de mi ‘mano,

quien ya está muerto, está bailando.

Está encima,

jugando con un chiqui,

quien grita con el paso y

con quien mi sombrero está jugando. 

Mini manos,

agarrando y doblando 

su amplia ala, no nota

la resistencia dentro de mi. 

Sus crespos 

sobre su cabeza, 

no se apelmazaron por el peso

que tiene ese sombrero. 

Nueva vida, 

otra desconocida : 

Bailan, aletean y 

giran juntas en círculos: 

ambas felices y disfrutando. 

Cabeza mía

sobre la que cae 

la sombra de mi pa’mano

causando recuerdos como cenizas 

elevando hasta el cielo lo pasado.

Llegó el tiempo de regresar a casa y bajo la sombra del rascacielos, salgo del edificio de concreto y ladrillo de mi compañero a la “calle del bazuco”: ésta, con sus ñeros dormidos en el anden y entes cubiertos de pies descalzos. Lugar que congrega adictos a la droga, con personas extraídas de seres vivientes, es tan frió como el cemento que lo rodea. Mi sombrero pesa. Me siento ajeno e inútil al frente de ese mal y mi esqueleto tiembla encima de la tierra. Como puedo protegerme de mi mismo solo escondiendo mi cabeza? Por fin llego a mi casa con mi luz, mis cosas y cierro la puerta. 


Chris Jepperson